lunes, 16 de marzo de 2015

Recorriendo Madrid junto a "Misericordia" de Benito Pérez Galdós


Post dedicado a hacer un recorrido literario y visual por el Madrid de "Misericordia", novela de Pérez Galdós. Combinamos textos de la novela con imágenes del Madrid actual y de principios del siglo XX. Dotamos el post con un mapa callejero con las ubicaciones de los lugares referidos en la novela.


Pasamos por calles sin percatarnos de la vida que encierran sus adoquines. Benito Pérez Galdós, enamorado de Madrid nada más llegar de Gran Canaria, plasmó sus vivencias capitalinas en sus novelas realistas, donde el Madrid burgués, el popular y el costumbrista cobran un evidente protagonismo. En “Misericordia” se pueden  seguir los pasos de don Benito por un Madrid decimonónico, querido, provinciano y, sobre todo, popular. 

1. Iglesia de San Sebastián. 

El recorrido ha de comenzar en la calle de Atocha, en la iglesia de San
1920, Iglesia de San Sebastian y Plaza del Angel
Sebastián, muy cercana al antiguo teatro Calderón y a las plazas del Angel y Benavente. Aunque no se conserva el edificio que sirvió de fundamento simbólico a esta novela galdosiana, incendiado y casi derruido en la Guerra Civil, aún hoy nos podemos reafirmar en esta impresión de vulgaridad que nos transmite. Su reconstrucción a mediados del siglo XX conserva las formas y líneas del edificio antiguo., acentuando más aún si cabe su pobreza y mediocridad. Don Pascual Madoz, tras escribir los elementos externos de la iglesia, añade esta valoración de la que Galdós tuvo que tomar pie para analizar el símbolo básico de la novela: “su fábrica es harto mezquina, aunque no por falta de terreno, pues aprovechando el cementerio se podría haber construido en este local un templo correspondiente a una de las parroquias de más consideración y feligresía como es ésta. “ Cabe anotar también que Galdós se corrige diferenciando parroquia de iglesia, para referirse en último término al templo, al edificio: Texto:       Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián..., mejor será decir la iglesia...; dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas. 

Entrada Principal de la Iglesia de San Sebastián


1.1. Entrada del Sur o principal. Texto: “Mira a los barrios bajos, enfilándolos por la calle de Cañizares, y con tener honores de puerta principal, esta del Sur es la menos favorecida de fieles en días ordinarios, mañana y tarde. Campea, sobre una puerta chabacana, la imagen barroca del santo mártir, retorcida, en actitud más bien danzante que religiosa. Admiremos en este San Sebastián, heredado de los tiempos viejos, la estampa ridícula y tosca, y guardémosle como un lindo mamarracho.”

San Sebastián, por Luis Salvador Carmona,
portada principal del templo.



1.2. La Plaza del ángel, que toma su nombre por una pintura del ángel de la Guarda en una de sus casas,  se encuentra entre las calles de Carretas, Cruz, Espoz y Mina, Huertas, San Sebastián y plaza de santa Ana. A ella da la entrada del Norte. Texto: En ésta, desnuda de ornatos, pobre y vulgar, se alza la torre, de la cual podría creerse que se pone en jarras, soltándole cuatro frescas a la plaza del Ángel. -Casi todo el señorío entra por ésta del Norte, que más parece puerta excusada o familiar. 

Y no necesitaremos hacer estadística de los feligreses que acuden al sagrado culto por una parte y otra, porque tenemos un contador infalible: los pobres. Mucho más numerosa y formidable que por el Sur es por el Norte la cuadrilla de miseria, que acecha el paso de la caridad, al modo de guardia de alcabaleros que cobra humanamente el portazgo en la frontera de lo divino. 

1.3. La calle de San Sebastián va desde la plaza del ángel hasta la de Atocha, y llámase así por dar a ella la fachada de poniente de la iglesia. Texto: Un patio cercado de verjas mohosas con tiestos de lindos arbustos que fué cementerio, como declara el azulejo empotrado en la pared sobre la puerta, y un mercadillo de flores que recrea la vista, da paso a la entrada por la calle de San Sebastián. Allí, una mañana de marzo, ventosa y glacial, en que se helaban las palabras en la boca, se replegó el ejército de pobres al interior del pasadizo, quedando sólo en la puerta de hierro de la calle de San Sebastián un ciego entrado en años, de nombre Pulido, que debía de tener cuerpo de bronce, y por sangre alcohol o mercurio, según resistía las temperaturas extremas, siempre fuerte, sano, y con unos colores que daban envidia a las flores del cercano puesto. Don Carlos Moreno Trujillo, viviendo aquellos días de su ancianidad en la calle de Atocha, entraba siempre por esta verja de la de San Sebastián, sin que hubiera para ello otra razón que la de haber usado dicha entrada en los treinta y siete años que vivió en su renombrada casa de comercio de la plazuela del Ángel. Este señor aprovechaba a dar limosna, repartiendo las perras, que iba sacando de un cartucho una a una, sobándolas un poquito antes de entregarlas, para que no se le escurriesen dos pegadas. Incluso, cuando se le hacía mucho lo que daba, se ponía malo por ahorrarse algunos días. A tenor de doña Paca era un hombre que tenía en Madrid treinta y cuatro casas, tantas como la edad de Cristo y una más, que había ganado dinerales haciendo contrabando de géneros untando a los de la Aduana y que se acercaba a los pobres porque creía que repartiendo limosnas de ochavo, y proporcionándose por poco precio las oraciones de los humildes, podría engañar al de arriba y estafar la gloria eterna, o colarse en el cielo de contrabando." 


Calle de la Cruz
2. Calle de la Cruz. Texto: "Don Carlos invariablemente salía de la iglesia de San Sebastián por la calle de Atocha, aunque a la salida tuviera que visitar a su hija, habitante en la calle de la Cruz"









3. El oratorio del Olivar. 
Oratorio del Olivar
Está en la calle de Cañizares, calle que se encuentra entre la de Atocha y la de la Magdalena y que primitivamente se le llamó de San Sebastián para pasar a su actual nombre por los Cañizares que allí había. Se construyó por la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento, y tuvo su origen en el hecho de que habiendo unos herejes profanado las santas formas en un templo católico de Londres el año 1607, se reunieron en Madrid varias personas piadosas y en 1608 la formaron. Texto: "Allí era donde el bueno de don Carlos Moreno Trujillo corría cuando le sobraba una pieza del reparto que hacía del cartucho de monedas a los pobres de San Sebastián en busca de una mano desdichada en que ponerla, no sin antes haber oído dos misitas."


Calle Luis Vélez de Guevara
4. Calle de las Urosas (hoy Luis Vélez de Guevara). 
Estaba entre las de Atocha y la de la Magdalena. Texto: "En esa calle, y parados en la esquina, Benigna, a resguardo de coches y transeúntes, volvió a decirle a Almudena: "Tengo que hablar contigo, porque tú sólo puedes sacarme de un gran compromiso; tú solo, porque los demás conocimientos de la parroquia para nada me sirven. ¿Te enteras tú? Son unos egoístas, corazones de pedernal... El que tiene, porque tiene; el que no tiene, porque no tiene. Total, que la dejarán a una morirse de vergüenza." 


5. Calle de la Cabeza. 
Calle de la Cabeza

Comienza en la de Jesús y María y acaba en la del Ave María. Da nombre a esta calle una de las tradiciones más emblemáticas de Madrid: en una casa de ella vivía un sacerdote asistido de un criado, que codicioso de los bienes del clérigo, determinó robárselos y una noche lo asesinó separándole la cabeza del cuerpo, y apoderándose del oro del cura púsose a salvo huyendo a Portugal. Mucho se habló en Madrid del crimen, pero al final acabó olvidándose. Pero aconteció que volvió a la corte el criado disfrazado de caballero, y una mañana, pasando por el Rastro, y recordando su antigua condición, apetecióle comprar una cabeza de cordero, que se llevó ocultando debajo de la capa. Y un alguacil que por allí había, como notase el rastro de sangre que iba dejando aquel hombre, le paró, preguntándole qué llevaba. 
Calle de la Cabeza

“Qué he de llevar: una cabeza de carnero que he mercado ahora mismo”. Y al ir a mostrársela al alguacil, vio con espanto que era la cabeza del sacerdote al que él asesinó. Texto Al año del casorio, los hijos, que habían entrado en la vida matrimonial con regular desahogo, empezaron a recibir golpes de la suerte, como si heredaran la maldición recaída sobre la pobre madre. Obdulia, que no pudo habituarse a vivir entre cajas de muerto, enfermó de hipocondría; malparió; sus nervios se desataron; la pobreza y las negligencias de su marido, que de ella no se cuidaba, agravaron sus males constitutivos. Mezquinamente socorrida por sus suegros, vivía en un sotabanco de la calle de la Cabeza, mal abrigada y peor comida, indiferente a su esposo, consumiéndose en letal ociosidad, que fomentaba los desvaríos de su imaginación. La vivienda se hallaba en el primer piso, bajando del cielo, con vecindad de gatos y vistas magníficas a las tejas y buhardillones; por la anchura de las habitaciones destartaladas y frías, hubiera parecido convento, a no ser por la poca elevación de los techos, que casi se cogían con la mano. Esteras y alfombras allí eran tan desconocidas, como en el Congo las levitas y chisteras; sólo en lo que llamaban gabinete había un pedazo de fieltro raído, rameado de azul y rojo, como de dos varas en cuadro. Los muebles de baratillo declaraban con sus chapas rotas, sus patas inválidas, sus posturas claudicantes, el desastre de sus infinitas peregrinaciones en los carros de mudanza.  El matrimonio de Luqitas y Obdulia iba mal, porque el esposo se distraía de sus obligaciones domésticas y de su trabajo; frecuentaba demasiado el café, y quizá lugares menos honestos, por lo cual se le privó de la cobranza de facturas de servicios mortuorios. Obdulia no tenía ni asomos de arreglo; pronto se vió agobiada de deudas; cada lunes y cada martes enviaba recaditos a su madre, con la portera, pidiéndole cuartos, que doña Paca no podía darle. Todo esto era ocasión de nuevos afanes y cavilaciones para Benina, que amaba entrañablemente a la señorita de la casa, y no podía verla con hambre y necesidad sin tratar al instante de socorrerla según sus medios. No sólo tenía que atender a su casa, sino a la de Obdulia, cuidando de que lo más preciso no faltase en ella. La situación llegó a ser un día tan extremadamente angustiosa, que la heroica anciana, cansada de mirar a cielo y tierra por si inopinadamente caía algún socorro, perdido el crédito en las tiendas, cerrados todos los caminos, no vió más arbitrio para continuar la lucha que poner su cara en vergüenza saliendo a pedir limosna. Hízolo una mañana, creyendo que lo haría por única vez, y siguió luego todos los días, pues la fiera necesidad le impuso el triste oficio mendicante, privándola en absoluto de todo otro medio de atender a los suyos. Llegó por sus pasos contados, y no podía menos de llegar y permanecer allí hasta la muerte, por ley social, económica, si es que así se dice. Mas no queriendo que su señora se enterase de tanta desventura, armó el enredo de que le había salido una buena proporción de asistenta, en casa de un señor eclesiástico, alcarreño, tan piadoso como adinerado. Con su presteza imaginativa bautizó al fingido personaje, dándole, para engañar mejor a la señora, el nombre de don Romualdo. Todo se lo creyó doña Paca, que rezaba algunos Padrenuestros para que Dios aumentase la piedad y las rentas del buen sacerdote, por quien Benina tenía algo que traer a casa. 

6. Calle del Olmo. (La segunda paralela, al sur la siguiente a la de la Cabeza), de la Magdalena. 
Calle del Olmo
La calle del Almendro está situada en el entramado de callejas entre el teatro de La Latina y la calle de Segovia. Texto: "La vida de doña Francisca Juárez de Zapata llegó a ser un continuo afán: las angustias de una semana engendraban las de la semana siguiente; raros eran los días de relativo descanso. Para atenuar las horas tristes, sacaban fuerzas de flaqueza, alegrando con afectadas fantasmagorías los ratos de la noche, cuando se veían libres de acreedores molestos y de reclamaciones enfadosas. Fué preciso hacer nuevas mudanzas, buscando la baratura, y del Olmo pasaron al Saúco, y del Saúco al Almendro. Por esta fatalidad de los nombres de árboles en las calles donde vivieron, parecían pájaros que volaban de rama en rama, dispersados por las escopetas de los cazadores o las pedradas de los chicos. Desde que vivían en la calle del Olmo, doña Francisca fué abandonada de la sociedad que la ayudó a dar al viento su fortuna, y en las calles del Saúco y Almendro desaparecieron las pocas amistades que le restaban. Por entonces la gente de la vecindad, los tenderos chasqueados y las personas que de ella tenían lástima empezaron a llamarla doña Paca, y ya no hubo forma de designarla con otro nombre. Gentezuelas desconsideradas y groseras solían añadir al nombre familiar algún mote infamante: Doña Paca la tramposa, la Marquesa del infundio." 

7. Plaza del Progreso (hoy de Tirso de Molina). 
Monumento a Tirso de Molina
La presencia de Mendizábal en los apuros económicos representados por Benigna, es todo un símbolo: Mendizábal que con la desamortización desencadenó el proceso económico que elevaría el nivel de vida y las posibilidades de los españoles, no deja de presentar una patética figura, envuelta en la gran capa que le colocó el escultor,contemplando, en  la angustia de Benigna y del idealista Almudena, el rotundo fracaso de sus objetivos: El dinero volvía a concentrarse en manos clericales o en los bancos. 
Fotografía de la página Madrid Antiguo


Texto: "Paréceme que te cansas. Vamos muy a prisa. ¿Te parece bien
que nos sentemos un rato en la plazuela del Progreso para poder hablar con tranquilidad? o fracaso de sus objetivos: El dinero volvía a concentrarse en manos clericales o en los bancos." Texto: "Paréceme que te cansas. Vamos muy a prisa. ¿Te parece bien que nos sentemos un rato en la plazuela del Progreso para poder hablar con tranquilidad?" 


8. Calle de Mesón de Paredes, (Ronda de Toledo y parador de Santa Casilda.)
Mesón Antonio Sánchez, sito en Calle de
Mesón de Paredes

 Texto: "Almudena y Benina emprendieron su camino presurosos por la calle del Mesón de Paredes, hablando poco. Benina, más sofocada por la ansiedad que por la viveza del paso, echaba lumbre de su rostro, y cada vez que oía campanadas de relojes hacía una mueca de desesperación. El viento frío del Norte les empujaba por la calle abajo, hinchando sus ropas como velas de un barco. Las manos de uno y otro eran de hielo; sus narices rojas destilaban. Enronquecían sus voces; las palabras sonaban con oquedad fría y triste. No lejos del punto en que Mesón de Paredes desemboca en la Ronda de Toledo, hallaron el parador de Santa Casilda, vasta colmena de viviendas baratas alineadas en corredores sobrepuestos. Entrase a ella por un patio o corralón largo y estrecho, lleno de montones de basura, residuos, despojos y desperdicios de todo lo humano. El cuarto que habitaba Almudena era el último del piso bajo, al ras del suelo, y no había que franquear un solo escalón para penetrar en él. Componíase la vivienda de dos piezas separadas por una estera pendiente del techo: a un lado, la cocina; a otro, la sala, que también era alcoba o gabinete, con piso de tierra bien apisonado, paredes blancas, no tan sucias como otras del mismo caserón o humana madriguera. Una silla era el único mueble, pues la cama consistía en un jergón y mantas pardas, arrimado todo a un ángulo. La cocinilla no estaba desprovista de pucheros, cacerolas, botellas, ni tampoco de víveres. En el centro de la habitación, vió Benina un bulto negro, algo como un lío de ropa, o un costal abandonado. A la escasa luz que entraba después de cerrada la puerta, pudo observar que aquel bulto tenía vida. Por el tacto, más que por la vista, comprendió que era una persona."


9. Calle de San Carlos. 


Texto. "En cambio, Antoñito se había hecho hombre formal después de casado, tal vez por obra y gracia de la virtud, buen juicio y laboriosidad de su mujer, que salió verdadera alhaja. Pero todos estos méritos, que habían producido el milagro de la redención moral de Antonio Zapata, no bastaban a defenderle de la pobreza. Vivía el matrimonio en un cuartito de la calle de San Carlos, que parecía el interior de una bombonera, y apenas se entraba en él se veía en todo una mano hacendosa. Para mayor dicha, el que en otro tiempo perteneció a la clase de los llamados golfos, adquiría el hábito y el gusto del trabajo productivo, y no habiendo cosa mejor en que ocuparse, se había hecho corredor de anuncios. Todo el santo día le teníais como un azacán, de comercio en comercio, de periódico en periódico, y aunque de sus comisiones había que descontar el considerable gasto de calzado, siempre le quedaba para ayuda del cocido, y para aliviar a la Juliana de su enorme tarea en la Singer. Y que la moza no se andaba en chiquitas: su fecundidad no era inferior a su disposición casera, porque en el primer parto se trajo dos gemelos. No hubo más remedio que poner ama, y una boca más en la casa obligó a duplicar los movimientos de la Singer y las correrías de Antoñito por las calles de Madrid. Antes de la venida de los gemelos, el ex golfo solía sorprender a su madre con esplendideces y rasgos de amor filial, que eran las únicas alegrías saboreadas por la infeliz señora en mucho tiempo: le llevaba una peseta, dos pesetas, a veces medio duro, y doña Paca lo agradecía más que si sus parientes de Ronda le regalaran un cortijo. Pero desde que se posesionaron de la casa los mellizos, ávidos de vida y de leche, que había que formar con buenos alimentos, el dichoso y asendereado padre no pudo obsequiar a la abuelita con los sobrantes de su ganancia, porque no los tenía. Más que para dar estaba para que le dieran. No obstante, el tesón hizo que la cosa fuese a más, según relataba Benina a doña Paca: "Al niño no le he visto ni hoy ni ayer, pero me ha dicho la Juliana que anda corriendo ahora como las mismas exhalaciones, porque con esto del trancazo le han salido muchos anunciantes de medicinas. Piensa ganar mucho dinero y echar él un periódico, todo de cosas de tienda, poniendo, un suponer, dónde venden este artículo o el otro artículo. Los dos mellizos parecen dos rollos de manteca; pero buenos cocidos y buenos guisados les cuestan, que el ama se sabe cuándo empieza a comer, pero no cuándo acaba. La Juliana me dijo que probaremos algo de la matanza que le ha de mandar su tío el día del santo, y además dos cortes de botinas, de las echadas a perder en la zapatería para donde ella pespunta." 

10. Calle del Duque de Alba. 

Va desde la plaza de tirso de Molina a la calle de los Estudios. Viene su denominación de haber construido allí, en tiempos de Carlos V, el duque su palacio. 
Calle Duque de Alba
Texto: "Al retirarse juntos el ciego marroquí y Benina, lamentándose de su mala sombra, fueron a parar, como la otra vez, a la plaza del Progreso, y se sentaron al pie de la estatua para deliberar acerca de las dificultades y ahogos de aquel día. No sabía ya Benina a qué santo encomendarse: con la limosna de la jornada no tenía ni para empezar, porque érale forzoso pagar algunas deudillas en los establecimientos de la calle de la Ruda, a fin de sostener el crédito y poder trampear unos días más. Díjole Almudena que él se hallaba en absoluta imposibilidad de favorecerla, lo más que podía hacer era entregarle las perras de la mañana, y por la noche lo que sacar pudiera en el resto del día, pidiendo en su puesto de costumbre, calle del Duque de Alba, junto al cuartel de la Guardia Civil. Rechazó la anciana esta generosidad, porque también él necesitaba vivir y alimentarse, a lo que repuso el marroquí que con un café con pan migao, en la Cruz del Rastro, tenía bastante para tirar hasta la noche. Resistiéndose a admitir la oferta, planteó Benina la cuestión de conjurar al Rey de baixo terra."

11. Calle de la Ruda. 
Va desde la de Toledo a la plaza de Cascorro. 

Cafe Malacatín en la calle la Ruda
Texto: "Casi todos los días del mes doña Paca y Benina se pasaban en angustiosos arbitrios para reunir cuartos, cosa en extremo difícil ya, porque no había en la casa objetos de valor. El crédito en tiendas o en cajones de la plazuela habíase agotado. De los hijos nada podía esperarse, y bastante hacían los pobres con asegurar malamente su propia subsistencia. La situación era, pues, desesperada, de naufragio irremediable, flotando los cuerpos entre las bravas olas, sin tabla o madero a que poder agarrarse. Por aquellos días hizo la Benina prodigiosas combinaciones para vencer las dificultades y dar de comer a su ama gastando inverosímiles cantidades metálicas. Como tenía conocimiento en las plazuelas, por haber sido en tiempos mejores excelente parroquiana, no le era difícil adquirir comestibles a precio ínfimo, y gratuitamente huesos para el caldo, trozos de lombardas o repollos averiados, y otras menudencias. En los comercios para pobres, que ocupan casi toda la calle de la Ruda, también tenía buenas amistades y relaciones, y con poquísimo dinero, o sin ninguno a veces, tomando al fiado, adquiría huevos chicos, rotos y viejos, puñados de garbanzos o lentejas, azúcar morena de restos de Almacén, y diversas porquerías que presentaba a la señora como artículo de mediana clase. eran las únicas alegrías saboreadas por la infeliz señora en mucho tiempo: le llevaba una peseta, dos pesetas, a veces medio duro, y doña Paca lo agradecía más que si sus parientes de Ronda le regalaran un cortijo. Pero desde que se posesionaron de la casa los mellizos, ávidos de vida y de leche, que había que formar con buenos alimentos, el dichoso y asendereado padre no pudo obsequiar a la abuelita con los sobrantes de su ganancia, porque no los tenía. Más que para dar estaba para que le dieran. No obstante, el tesón hizo que la cosa fuese a más, según relataba Benina a doña Paca: "Al niño no le he visto ni hoy ni ayer, pero me ha dicho la Juliana que anda corriendo ahora como las mismas exhalaciones, porque con esto del trancazo le han salido muchos anunciantes de medicinas. Piensa ganar mucho dinero y echar él un periódico, todo de cosas de tienda, poniendo, un suponer, dónde venden este artículo o el otro artículo. Los dos mellizos parecen dos rollos de manteca; pero buenos cocidos y buenos guisados les cuestan, que el ama se sabe cuándo empieza a comer, pero no cuándo acaba. La Juliana me dijo que probaremos algo de la matanza que le ha de mandar su tío el día del santo, y además dos cortes de botinas, de las echadas a perder en la zapatería para donde ella pespunta."

12. Calle del Mediodía Grande. 

Va desde la del Humilladero a la del Águila. Su nombre procede de estar situada en los antiguos cerros llamados con ese nombre. Era célebre por haber en ella muchos hostales y casas de dormir frecuentadas por hampones y miserables. 
Texto: "Si don Frasquito Ponte en sus tiempos era un solterón que se daba buena vida, que tenía un buen empleo, que comía en casas grandes y se pasaba las noches en el Casino, debe de estar ahora más pobre que una rata, porque las noches se las pasa en los palacios encantados de la seña Bernarda, calle de Mediodía Grande..., la casa de dormir, ¿sabe? Este Ponte duerme allí cuando tiene los tres reales que cuesta la cama, en el dormitorio de primera. Le he visto, señora. Sí, en ca la Bernarda, aquella que nos prestó los ocho duros aquéllos, ¿sabe?" 


13. El café de la Cruz del Rastro. 

Existe todavía,aunque modernizado, en la plaza de Nicolás Salmerón, esquina a la calle de la Ruda.  A ver si encuentro a Almudena por el camino, que ésta es la hora de subir él a la iglesia. Y si no nos tropezamos en la calle, de fijo está en el café de la Cruz del Rastro." Dirigióse allá, y en la calle de la Encomienda se encontraron.


14. Calle Imperial. 

Parque de bomberos de la Calle Imperial
Actualmente, el lugar de la vivienda de doña Paca está ocupado por uno de los parques de bomberos, porque casi con toda seguridad, doña Francisca Juárez de Zapata vivía en el sotobanco del actual número doce de dicha calle.
 Texto: "Benina con increíble presteza entró en una botica de la calle de Toledo; recogió medicinas que había encargado muy de mañana; después hizo parada en la carnicería y en la tienda de ultramarinos, llevando su compra en distintos envoltorios de papel, y, por fin, entró en una casa de la calle Imperial, próxima a la rinconada en que está el Almotacén y Fiel Contraste. Deslizóse a lo largo del portal angosto, obstruído y casi intransitable por los colgajos de un comercio de cordelería que en él existe; subió la escalera, con rápidos andares hasta el principal, con moderado paso hasta el segundo; llegó jadeante al tercero, que era el último, con honores de sotabanco. Dió vuelta a un patio grande, por galería de emplomados cristales, de suelo desigual, a causa de los hundimientos y desniveles de la vieja fábrica, y al fin llegó a una puerta de cuarterones, despintada; llamó... Era su casa, la casa de su señora, la cual, en persona, tentando las paredes, salió al ruido de la campanilla, o más bien afónico cencerreo, y abrió, no sin la precaución de preguntar por la mirilla, cuadrada, defendida por una cruz de hierro. Se había trasladado doña Paca, A poco de celebrarse las dos bodas de sus hijos,  de la calle del Almendro a esta de la Imperial, buscando siempre baraturas, que al fin y al cabo no le resolvían el problema de vivir sin recursos. Éstos se habían reducido a cero, porque el resto disponible de la pensión apenas bastaba para tapar la boca a los acreedores menudos." 


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