miércoles, 23 de octubre de 2013

Manuel Machado. Poesía para comenzar.





Como cada semana comenzamos nuestro taller de lectura con un poco de poesía: 
Esta semana leeremos a Manual Machado.







BIOGRAFÍA DEL AUTOR

En su alma el Guadalquivir era afluente del Sena, o al revés, qué más da. Era poeta de los de mirar al sol más que a la luna, y a las señoritas más que a los atardeceres.
También suspirar de vez en cuando, pero no con afectación romántica -eso nunca-, más bien con cierto disfrute de la melancolía más voluptuosa, y para dedicar luego media sonrisa al mundo, entre la compasión y el desprecio. De todo eso le curó su mujer a fuerza de rezar el rosario, cuando casi se estaba ahogando en el ajenjo.

Su infancia, por supuesto, también son recuerdos del patio de Sevilla, hasta que su familia -folcloristas andaluces- vino a Madrid, a Claudio Coello, -por cierto que algo tendrá esa calle que también la eligió Bécquer para rimar sus últimos versos, y Cela para escribir su primera novela-.
Apenas terminó -con brillantez- sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza, y enseguida se lió con las noches y las faldas, tanto que su madre lo metió en un tren otra vez para Triana. Allá le esperaba, ya enamoradita, su prima Eulalia Cáceres, aunque demasiado formal para el Manuel de entonces, alborotado, flamenco, sensual, que llenó la maleta de todo eso, puso también algo de las primaveras sevillanas y acabó en París.
 ¡Ser poeta en el París de ese fin de siglo, mientras se cumplen veintitantos! Vivir realizando traducciones, compartir piso con Rubén Darío, tomar absenta con el último Oscar Wilde; firmar manifiestos simbolistas, hacer versos perfectos -como los de Adelfos- y escribir cuentos deliciosos -como Reconciliación-; amar muchísimo durante un par de semanas y olvidarse luego, brindar a litros por Verlaine; ser casi un personaje de Murger, y en fin, vivir mucho y matarse un poco, pero si hay que elegir la forma de perderse, no es mala esa bohemia finisecular, parnasiana y parisién.
 Regresó a Madrid, a las tertulias y también a las noches. Publicó Alma y se coronó como poeta, casi a la vez que lo hacía su hermano Antonio. También aplaudieron mucho lo que escribieron a medias, pero empezaban a dolerle los vacíos, y volvió entonces a la novia familiar y sevillana, a Eulalia, y se casó para curarse de París, porque si no París lo mata. Como tantos, le sonrió a la República y se desengañó bien pronto. En el 34 le echaron -por derechista- del periódico liberal en el que colaboraba. Cosas de Eulalia, probablemente. También fue idea de su mujer acudir a Burgos en julio del 36, para visitar a un familiar suyo, y allí estaban cuando sonaron los primeros balazos de la guerra. Manuel escribió un par de sonetos que ensalzaban a Franco y a José Antonio, sin sospechar que estaba firmando su marginación cultural. Es archiconocida, pero inevitable, la anécdota de Borges al llegar a Madrid en los setenta y ser preguntado por Antonio Machado. “No sabía que Manuel tuviera un hermano”, respondió el argentino, protestando así, muy a su manera, por el cerco de silencio de la cultura de izquierdas. Pero entonces, en mitad de una guerra, Manuel se preocupaba de otra posteridad muy distinta. Rezaba el Rosario todos los días, olvidando que fue el apóstol de Montmartre. Todavía volvió a Francia para enterrar a su hermano, y al llegar tuvo que darle tierra también a su madre. Él aún viviría diez años más, y cuando al fin Eulalia se quedó viuda ingresó en un convento de Barcelona. Es una vida bonita la de ella: salvar a un poeta y terminar monja.
 Nació en Sevilla en 1874, le hicieron académico en el 38. En algún momento de su vida él se vio así:

“Esta es mi cara y ésta es mi alma. Leed:
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás... Nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave.
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...”

Murió en Madrid en 1947.

(De Intereconomía) 


EL POEMA: “CASTILLA”
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad... El Rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, ¡oh Cid! no ganáis nada!"
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga


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